Con su hijo, el notable intelectual y
hombre público Jaime Lopera, navegamos por la vida maravillosa de un gran
hombre.
Ciudadano ejemplar, trabajador
incansable, nacido en Pereira el 10 de diciembre de 1907 y asesinado en las
calles de Calarcá el 17 de enero de 1962. Sus padres el coronel Cruz Lopera
Berrío y María Gutiérrez de Celis, en dicho hogar nacieron 7 hijos: Josué,
Mario, Carlos, Olga, Clara, Teresa y Joaquín.
El coronel Cruz Lopera Berrío luchó
en la Guerra de los Mil Días y después se ocupó de negocios judiciales que
heredó a su hijo mayor Joaquín; con buena publicidad anunciaba su oficina de
abogados asociados, matriculado en los distritos judiciales de Buga y Cali;
pariente de los Berrío antioqueños, primo de Pedro Justo Berrío, gobernador de
Antioquia. María Gutiérrez era hermana de Liborio Gutiérrez, rico comerciante
asentado en Manizales. Vicente —un hermano del coronel— uno de sus hijos fue el
famoso Uriel Gutiérrez, estudiante de medicina y filosofía de la Universidad
Nacional de Colombia, inmolado por Rojas Pinilla y en su recuerdo las
residencias universitarias llevaron su nombre y aún dicho edificio, en el
campus de la ‘Ciudad Blanca’, conserva su nombre, como homenaje perenne.
Joaquín hizo sus estudios hasta
graduarse de bachiller en la ciudad de Manizales, su padre lo alentó para que
trabajara en Pereira, pero decidió mejor viajar al Quindío promisorio.
Previamente había hecho su servicio militar en la ‘Perla del Otún’ hasta el grado de cabo segundo en febrero de 1926, con regularidad y cumplimiento de sus responsabilidades.
Calarcá para siempre
Hizo su primera parada en Armenia, pero decidió quedarse en la ‘Villa del Cacique’, a donde llegó en 1934, ese mismo año contrajo matrimonio con la distinguida dama Clotilde Gutiérrez Molina, oriunda de Calarcá, maestra de escuela, hija de Gil Gutiérrez, colono de Tocaima; la Mona, como se le conocía, fue profesora en La Bella y sus hermanas Gilma y Carlota tuvieron el primer kínder en Génova y luego en Calarcá donde sobresalieron como grandes educadoras. De esta unión nacieron 3 hijos: Jaime —exministro, exgobernador y escritor de prestigio— Cecilia —trabajadora social de la Universidad Pontificia Bolivariana— y Martha Cecilia. La vida me dio la oportunidad de conocer a la señora Clotilde, quién adornaba su elegancia con una amabilidad enternecedora, su muerte a los 93 años de existencia dejó un hondo vació en sus hijos, en su familia y en su ciudad natal.
El servicio judicial de excelencia
Con la experticia y los consejos de su padre, Joaquín comenzó su noble ejercicio que extendió hasta Barcelona y Córdoba; gracias a la seriedad del manejo de los asuntos jurídicos fue aumentando su reputación y su clientela; abogados veteranos de la talla de Evelio Henao Gallego —señor padre del exsenador Evelio Henao Ospina— firmaban sus diferentes documentos jurídicos, una señal de la impronta de seriedad y cumplimiento de su trabajo diario. Todos sus códigos eran anotados al margen cuando se emitía una ley o una sentencia que modificara su contenido. Con su oficina judicial alcanzó gran reputación y levantó su familia admirable. El 20 de marzo de 1945 fue nombrado corresponsal de El Tiempo de Bogotá, oficio que ocupó hasta su muerte.
La política en primer plano
Desde muy temprano lo picó el bicho
de la política con actividades regulares en el gobierno de López Pumarejo;
ayudó en la creación del Fondo Liberal con Pompilio Palacio como tesorero y
Pedro Fayad como secretario; en 1942 apoyó, en compañía de Gabriel Díaz y
Antonio Panesso, la candidatura de Arango Vélez, pero en 1945 promovió la unión
del partido en Calarcá con Elías Mejía Jaramillo y Luis Eduardo Leal, con la
participación de Jorge Jaramillo Arango, Pedro Fayad, Antonio Panesso, Fernando
Arias Ramírez, Marco Ramírez, entre otros.
En la división liberal de 1947 terció a favor de Gabriel Turbay, sin disgustarse con amigos afines a Gaitán como Benjamín Pardo; en 1949 fue nombrado secretario general del partido en Calarcá, una oficina al servicio del pueblo, de acuerdo con su hijo Jaime: “(…) su oficina era un hervidero de gente que no solo llegaba a demandar empleos o servicios, sino a realizar tertulias cívicas que se concentraban en el examen de los problemas públicos de Calarcá y la posibilidad de llevar al concejo decisiones de progreso” [1].
Concejal de Calarcá
Fue concejal durante 2 períodos
consecutivos, de noviembre de 1958 a noviembre de 1962, ocupó en 3
oportunidades la vicepresidencia ý nunca aceptó la presidencia porque prefería
participar como concejal; su voz se escuchó con firmeza contra la corrupción y
la incompetencia de los funcionarios; cada debate era cuidadosamente estudiado
con documentos en la mano, de modo que era difícil refutar su dialéctica
enfática contra los pícaros.
En la biografía que reposa en los archivos del concejo se observa el trabajo serio y concienzudo de Joaquín Lopera, en la presentación de proyectos y en la defensa de la ciudad; es dable mencionar algunos de ellos: La creación de la Junta de Vivienda Popular, más tarde Fondo Rotatorio de Vivienda; la creación del impuesto de urbanismo y valorización; la reglamentación para el cobro de los servicios públicos, el proyecto para autorizar la construcción del palacio municipal, el proyecto para construir el acueducto, la junta de fomento y turismo y muchas más tareas de un concejal responsable y gran trabajador, como el club popular del cual fue presidente. El presidente Alfonso López Michelsen inauguró un barrio en Calarcá que lleva su nombre, en su honor. Además, condecorado por el concejo, la alcaldía y varias instituciones cívicas.
Hombre de hogar, padre amantísimo
Fue un hogareño que disfrutaba a su familia con inmenso afecto, viajaba con ella y mantenía una relación amorosa que no quebrantaba las divergencias amigables con su hijo Jaime, estudiante de derecho en el Externado y miembro de las juventudes del MRL en Bogotá, mientras Joaquín era liberal oficialista en Calarcá; solo brillaba el amor filial y una camaradería sin sombras.
¡En Calarcá, su Calarcá!
Como el bello poema de Antonio
Machado, El crimen: “Se le vio, caminando entre fusiles/ por una calle larga, /
salir al campo frío, / aún con estrellas, de la madrugada/ mataron a Federico/
cuando la luz asomaba. / El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara (…) /
Que fue en Granada el crimen sabed/—pobre Granada—, en su Granada…/”; en el
asesinato de Federico García Lorca, así debe recordarse el vil asesinato de
Joaquín en un café llamado Club 60, a donde se había trasladado a las 8:30 p.
m. de ese 17 de enero de 1962, después de salir de las sesiones del concejo
municipal, por sicarios importados del norte del Valle del Cauca. Así narra su
hijo, el escritor Jaime Lopera, este duro momento: “Al escuchar la noticia de
su asesinato, regresé de prisa de la capital con el objeto de acompañar a mi
madre, a mis hermanas y a mi familia en el terrible duelo, pero solo pude
soportar mi permanencia en Calarcá mientras se hacían los arreglos legales y se
atendían los numerosos homenajes que se hicieron al líder sacrificado” [2]
. Retornó a la ciudad capital a concluir sus estudios, al periodismo y a
labrarse su futuro con el corazón partido y el sufrimiento de la aleve muerte
de su padre adorado.
El pueblo entero se congregó en el
sepelio, una inmensa muchedumbre que se volvió un río humano acompañó el
féretro, con los dirigentes políticos, una familia destrozada y un pueblo
atónito por la sangre derramada de un buen ciudadano, víctima de la violencia
partidista.
Este dolor multitudinario del pueblo
significó el valor moral y personal de Joaquín Lopera Gutiérrez, admirado en su
tierra con fervor, un hombre excepcional en la defensa de sus principios y un
líder cívico de grandes condiciones.
Con su hijo, el notable intelectual y
hombre público Jaime Lopera, navegamos por la vida maravillosa de un gran
hombre, fiel a sus ideas, que hizo del trabajo y el amor a Calarcá, su enseña
vital cotidiana; a un padre especial y a un concejal calidoso y cordial,
acribillado cobardemente por la vileza de la violencia y el crimen. Un servidor
consagrado y un estudioso de leyes y encisos, bueno como el agua, condenado por
la bajeza que producen los bajos instintos brutales del crimen. No puedo
esconder mí propia congoja, que consigno al señalar a las nuevas generaciones a
un ser humano de notables condiciones morales, un colombiano a la altura de sus
sueños.
Gabriel Echeverri González
Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío
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