Rodrigo A. Bocanegra
Calderón.
Miembro de Número de la Academia de Historia del Tolima.
“En un planeta conectado a golpes de mouse, en una tierra
cubierta y descubierta, viajar para contar es toda una inocencia: una
experiencia jurásica. Un anacronismo”. Leila Guerriero.
El camino
A las 5:30 a.m. la luz ya era general y el azul nítido
del cielo anunciaba un día soleado. Poco a poco fueron apareciendo los
viajeros. La puntualidad hizo gala. En el bus, nos sorprendió gratamente que el
vehículo fuera conducido por una mujer. Un buen signo que nuestra expedición tuviera
“una berraquita de Ataco”, como luego se presentaría Isabel en la llegada a
Cajamarca. Allí tuvo lugar, la primera escala y punto de encuentro del
recorrido. Desayunamos y nos dispusimos a esperar a los colegas de la Academia
de Historia del Quindío para seguir nuestro camino hacia Toche.
En Cajamarca nos retuvieron los afanes propios de la
logística. Coordinar el transporte y alimentación de un grupo de 21 viajeros.
Pero inmediatamente se entablaron el diálogo y la cordialidad entre tolimenses
y quindianos. Una vez solucionados los imprevistos, Jaime y Nicolás, nuestros anfitriones,
trajeron las camionetas Toyota que, a continuación, se encaramaron sin problema
por las montañas de “la despensa agrícola del Tolima”. Y, en cuyos
intersticios, se podían apreciar la terraza de Cajamarca y el pulso de un
campesinado organizado que frustró los intereses de AngloGold Ashanti.
Las montañas y el agua valen más que el oro. Los
campesinos lo tienen claro. Cultivos de fríjol, arracacha y café se iban alternando
en los campos tan inclinados que parecían precipitarse al fondo del cañón. En
aquel lugar, el verde prolifera allí donde se posa la mirada; las distintas
tonalidades de verdes son tan vibrantes que uno parece absorber más vida con
cada pestañeo. Pronto se abrió espacio para las conversaciones, que, a pesar,
del polvo de la carretera no eran interrumpidas, sino para señalar la presencia
de esquistos, paredes y cortes estratigráficos.
Alberto, el geólogo, nos transportó con su discurso a la cumbre
del volcán-nevado del Tolima, “Dulima”, cuyo sueño profundo siempre está resguardado
por las nubes que danzan en espiral en torno a él. Alguien mencionó que, en
Toche, se ubicó el templo consagrado a Dulima. Esta mención avivó nuestra
curiosidad y añadió un componente ritual a la charla a más de 2300 msnm. ¿Cuál
es el origen de Toche? ¿Es aéreo por el ave que ostenta ese nombre? O ¿acaso es
terrestre por la serpiente que repta entre sus bosques?
Una curva en la vereda de San Lorenzo marcó el punto de
inflexión de nuestro recorrido. Pues allí, donde se erigía una gallera, nos
detuvimos unos minutos para estirar las piernas. Teníamos la última oportunidad
de mirar hacia el casco urbano de Cajamarca y despedirnos de su contorno, para
de ahora en adelante, no apartar la mirada del imponente volcán-cerro Machín,
que apareció sin advertencia, con su enorme cráter de 2,4 kilómetros de
diámetro y los domos que lo sellan pesadamente. Esa fue la monumental
bienvenida a este paraíso volcánico.
El Volcán
Ingresar en el entorno volcánico es una mezcla de
nerviosismo y felicidad. Allí la historia está inscrita en las paredes
escarpadas, en cuyos estratos, se pueden leer la duración e intensidad de los
eventos explosivos. A través del follaje se distinguen los perfiles de las
termales, fumarolas y géiseres. El cañón de Toche es un buen lugar para hallar depósitos
de ceniza, que forman un manto de espesor variable, aunque esto sucede en casi
todo el complejo. Las formaciones del cañón provienen de antiguas erupciones,
lahares y de los sedimentos del estratovolcán.
¿Cuál es el origen del nombre del volcán? Por lo menos,
tres hipótesis salieron a flote en medio a los sobresaltos de la carretera. Primera,
la del mono autóctono de la región; segunda y poco verosímil, la del apellido
de un capitán español de la época de la Conquista; y, tercera, la versión más
popular, la adaptación local del “machine” de los ingleses. Las confusiones de
dicción aparecen allende el argot local. Tal como le sucedió al nombre de la
zona aurífera que, apareció luego de un error cometido por un ingeniero de
minas que no leyó correctamente en el mapa la quebrada “La Cóloga”, y decidió
llamarla “La Colosa”. ¿Cuántos nombres no habrán surgido de una confusión?
Alberto nos habló de la actividad del volcán-cerro Machín. Aseguró que, las poblaciones indígenas eran conocedoras de su entorno, y su acervo les permitió ubicarse en la zona nororiental del volcán para evitar las corrientes de aire que traían consigo la ceniza. De hecho, en la cosmogonía pijao, la morada de Nacuco, una de las deidades originarias del panteón local “el creador y destructor del mundo”, fue ubicada en el cerro Machín. Una apropiación de las cualidades destructivas del entorno. Sismos, avalanchas, rugidos subterráneos, movimientos magmáticos. La perfecta encarnación del dios.
Los relatos de los españoles fueron menos dicientes, debido a que sus registros históricos no dan indicios del comportamiento del Machín y apenas es mencionado en las crónicas de la Conquista y en los informes de la burocracia colonial. Habría que esperar hasta el siglo XIX para que su presencia fuera advertida por un grupo de ingleses con intereses mineros.
No obstante, los estudios del Servicio Geológico Colombiano apuntan a que la última erupción tuvo lugar en el siglo XIII. Si retrocedemos más en el tiempo, a la época del Holoceno, nos encontraríamos con un convulsivo proceso de formación. Una cantidad abrumadora de material deslizándose por el río Coello, que alcanzaría varios metros de altura y se desplazaría por el río Luisa, hasta formar el abanico del Guamo, explayándose en el amplio valle interandino y obligando al río Magdalena a arrinconarse junto a las rocas del cretácico superior.
Si los geólogos escriben la historia del mundo a golpes
de martillo. Los historiadores lo hacemos sobre las alas del tiempo…
El pueblo
Toche es un uno de esos terruños, que como dijo Luis
González, se puede abarcar con una sola mirada. El corregimiento apenas tiene
62 casas y no alcanza a los doscientos habitantes. No obstante, su belleza es
genuina; su gente, acogedora. El caserío no pretende impresionar a nadie. Su
sencillez es elocuente. Adornado con jardines de flores diminutas; conserva sus
casas de tapia pisada y madera. A diferencia de Salento, su pueblo hermano, en
el otro extremo del Camino del Quindío, que ha sido desfigurado con todas las
artificialidades del turismo convencional. Toche es la joya del paraíso
volcánico.
Con un diseño en cruz latina, sus puntos de acceso y
salida están abiertos al cañón, hacia Salento, el Machín y el camino que viene
de Cajamarca. La casa más conspicua se alza en la mitad del pueblo con sus
coloridas puertas y ventanas. “Toche debe elegirse como el auténtico pueblito
tolimense” aseguró Hernando, una vez instalada la sesión de las academias, en
la biblioteca municipal.
Las primeras intervenciones fueron concedidas a la
comunidad. Llamó la atención el testimonio de Johana. Una mujer entrañable. Su destino
se ligó al de Toche hace más de dos décadas. Los primeros años, relató, fueron
muy tortuosos, los enfrentamientos entre los grupos guerrilleros y el ejército
podían iniciarse a cualquier hora del día. La cotidianidad estaba asediada por
el ritmo de las balas. Sin embargo, las ráfagas no podían apagar ese amor hacia
el terruño. La incesante tarea de vivir por él. Fue entonces cómo empezó a
aprender de historia y geología para poner el pueblo ante los ojos del mundo.
Sin embargo, ya lo había estado antes. Con un nombre
distinto. El presidio de Toche, conocido antiguamente como “Valdesina” fue un
lugar de reclusión a lo largo del siglo XIX. La colonia penitenciaria a la que
eran conminados los vagos, mendigos y desertores. Con el mandato republicano de
realizar la composición y mejora del paso del Quindío, retirar los obstáculos
que siempre aparecían en él, desmontar, construir o reparar puentes, servir de
chasquis. Eso relata Isaac Holton a sus coterráneos en Estados Unidos en 1857.
Y, otra docena de viajeros decimonónicos que como Humboldt ayudaron a convertir
el camino del Quindío, en un “lugar sublime” de la cartografía romántica e
ilustrada. Un espacio de contemplación que prometía a los viajeros el
movimiento del espíritu.
De vuelta a la mesa, Jaime narró las peripecias de haber crecido en Toche. En la época de la violencia insurgente debía esconderse de los ejércitos, y cuando cedía el acecho de los fusiles, recurría a la “berraquera” para hacer frente a los estragos de la naturaleza: avalanchas y crecidas del río que se llevaban las casas y animales de carga. Los eventos de la naturaleza o las otrora hostilidades bélicas, dejaron huellas en su cuerpo con idéntica magnitud. No obstante, tales vivencias no empañaron la defensa de su aldea como “la mejor aldea del mundo”.
Cerca del mediodía, Nicolás, tochuno de unos 30 años, defendió
la idea de impulsar en el pueblo el agroturismo o en su defecto, un ecoturismo;
para que los campesinos no sean desplazados de sus actividades primarias con la
promesa del dinero. Argumentó que cualquier proyecto debe ser consultado y discutido
con la comunidad teniendo en cuenta el equilibrio del ecosistema y la capacidad
de carga del cañón. Finalmente, hizo hincapié en la disposición de la comunidad
para afrontar el proyecto de consolidarse como un atractivo turístico. ¿Se debe
sacrificar la tranquilidad de los tochunos para abrir las puertas del paraíso a
los turistas?
La tochunos tiene sus propios cronistas. Se trata de historiadores
locales sin las pretensiones de la vida académica, en cambio; sí, la comunión
con la vida popular. En sus relatos el tiempo se diluye. La memoria es más
densa que la historia. Historiadores muy precisos, presentan hechos en los que
convergen distintas temporalidades. Tal como lo demostró Jaime Vargas, quien,
es la expresión de cómo el territorio se puede enquistar en el cuerpo. A manera
de trauma.
El Bosque
Aquel 21 de junio, la niebla no se descolgó del bosque para
envolver las calles del pueblo, en cambio; oleadas de brisa hicieron presencia
en la jornada de sol pleno. Las palmas de cera se levantan hasta los 60 metros,
destacando sobre las copas de los árboles. Y, es apenas una insinuación de su esplendor.
El antiguo Camino Nacional conduce al santuario de palma de cera con mayor
concentración de esta especie en el mundo. Cubriendo una extensión de 4.500
hectáreas. Este lugar es conocido como Tochecito. El bosque es, sin duda, un espacio
sublime, en el que el contemplador podría pasar horas sin pronunciar palabra,
absorto en él. Pues este no es un simple telón de fondo, sino un paisaje total.
“El bosque sobre bosque”.
Las montañas erizadas de palmeras se cubren frecuentemente de brumas, de las cuales emergen, de vez en cuando, los arrieros con recuas de mulas que, traen consigo los frutos de la tierra. El bosque andino es la morada de una fauna y flora exuberantes como los loros orejiamarillos que anidan en las palmeras y las orquídeas hipnóticas vegetando entre los troncos. Diminutas florecillas aparecen en los prados, entre los árboles abundan los raques, alisos y encenillos. Un recorrido panorámico permite vislumbrar cómo los contornos adyacentes al pueblo semejaran una lluvia de dardos blancos sobre las montañas.
Alejandro
y Marco Horacio, representantes de la RAP Eje Cafetero, fueron conscientes de las
dificultades que enfrenta el paraíso volcánico para convertirse en un destino
ecoturístico. Reconociendo la importancia del acceso al corregimiento,
enfatizaron la necesidad de mejorar las vías terciarias y gestionar los
recursos adecuadamente. Asimismo, subrayaron la importancia de llevar a cabo un
inventario exhaustivo de los recursos y promover la formación de la comunidad
local. Instaron a preservar la riqueza de Toche y a asegurar un futuro
sostenible para este tesoro natural.
El río
Entre los quindianos, destacó la charla de Álvaro, el “Caminero
Mayor” del Quindío. Álvaro ha dedicado buena parte de sus investigaciones al
camino emblemático, desde múltiples ópticas; comenzando por los viajeros
locales y extranjeros, las guerras de Independencia y los conflictos civiles
del siglo XIX. Al gran conocimiento del camino del Quindío y de Toche, se suman
sus travesías incesantes en ambas direcciones del cañón. El quindiano puso de
manifiesto un concepto muy interesante, la “caminería”. En pocas palabras, la
caminería es un anhelo de naturaleza, un caminar pausado y un discurrir en el
tiempo.
Estando en Toche, es difícil no evocar al Páramo de Chilí,
un escenario cautivador que enmarca el paisaje de alta montaña. Entre sus
cumbres, se encuentra la estrella hídrica que da vida a los ríos Anaime, Chilí,
Coello y Cocora. Allí, los vientos cálidos del Valle del Magdalena se
transforman en una brisa fresca y revitalizante. Un bálsamo para el alma.
En el encuentro de las Academias en Toche, se acordó
gestionar la declaración del Camino del Quindío como Bien de Interés Cultural
(BIC) y elaborar planes de manejo en colaboración con las gobernaciones de
Tolima y Quindío. Se programarán reuniones bilaterales respaldadas por la RAP
Eje Cafetero y Tolima, con el propósito de avanzar en estrategias conjuntas,
como el proyecto de turismo sostenible "Cuatro Departamentos, un solo
destino". Además, las academias presentes expresaron su disposición a
firmar un acuerdo de entendimiento con la RAP para impulsar las iniciativas de
interés común.
Entrevistarse con los lugareños extiende la posibilidad
de conocer la geografía del cañón. Los tochunos tienen la generosidad de
acompañar sus relatos con fotografías que guardan en sus celulares. Para fortuna
del visitante quien, inmediatamente, planea su regreso. Esas imágenes
transportan a la transparencia del río Toche, sus rápidos, remolinos y
afluentes. Chorros de vapor que de pronto emergen de cavernas insospechadas. El
lecho del río. Las rocas ígneas. Algunos riachuelos que se desaparecen
abruptamente para hacer un viaje subterráneo. Las afiladas estalagmitas que se
forman a partir de los depósitos minerales. Termales curativas. El olor
azufrado de los manantiales. Las lagunas encantadas en el cráter del volcán.
Nadie fue consciente de que nuestro viaje se realizó en
el solsticio de verano. Acertada inconsciencia. Pues, cuando un lugar nos
cautiva quisiéramos detener el tiempo. Estirarlo. Afortunadamente, el sol
permaneció en un demorado atardecer. Permitiendo quedarnos en una última
mirada. Gracias al solsticio, tuvimos la oportunidad de robarle unos minutos a
la noche para fijar la vista en los rincones que nos hicieron dichosos por toda
una jornada. Nos iluminarán las futuras reminiscencias y el deseo constante de
regresar a Toche.
0 Comentarios