La llegada a España de
las piezas de oro del Tesoro Quimbaya -y de la cerámica y de otros objetos de
la delegación de Colombia- se realizó a principios de agosto de 1892 en el
vapor México de la Compañía Trasatlántica de Barcelona. Su destino final sería la Exposición
Histórico Americana en Madrid, en el marco de la conmemoración del Cuarto
centenario del descubrimiento de América.
España se venía
preparando para celebrar con pompas la presencia de los 400 años en
América. Así fue como se programaron
toda clase de eventos, los cuales se iniciaron el 3 de agosto con la salida de
una reproducción de la carabela santa María (una de las tres que había llegado
con Cristóbal Colón) desde el puerto de Palos de Moguer, rememorando así aquel
hecho histórico del 12 de octubre de 1492. La réplica de aquel barco fue
conducida por el mar navegando a vela, como en aquella época aciaga. Mientras
tanto, la junta central del Cuarto Centenario fijó las fechas para los
congresos o eventos académicos correspondientes. Ellos eran el Congreso
Mercantil, para el 25 de septiembre. El Congreso Americanista, el 6 de octubre.
El Congreso Pedagógico, el 13 de octubre. El Congreso Geográfico, el 18. El
Jurídico el 25 y el Literario el 1 de noviembre. Para esas fechas también se
programó la exhibición de cuadros sobre las provincias españolas, a cargo del
círculo de Bellas Artes de Madrid.
Era de esperarse que la
expectativa estaba centrada en la Exposición Histórico Americana, porque en su
marco se presentaría la colección del tesoro Quimbaya, junto con las muestras
de otros países.
El arribo de este valioso
cargamento quedó así registrado en el periódico El Liberal de Madrid y tal cual
lo presenta en su trabajo de grado (2003) la historiadora Carmen Cecilia Muñoz
Burbano, anotando además que la noticia fue reproducida en el periódico EL TELEGRAMA
de Bogotá, ejemplar No. 1836, del 24 de noviembre de 1892:
“Acaba de llegar a esta capital, trayendo consigo las
preciosas y originales colecciones de antigüedades colombianas destinadas a
dicho certamen, el señor doctor don Isaac Arias quien forma parte de la
comisión que el gobierno de Colombia envía a las fiestas del Centenario del
descubrimiento de América. El señor Arias pertenece a la nueva generación
literaria de su patria y no obstante la carrera de médico que ha adoptado,
suele rendir discreto y cariñoso culto a las Musas”.
Días más tarde de la
llegada de Arias, se completaría el resto de la comisión colombiana. Ella estaba encabezada por Julio Betancourt,
Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Madrid y José T.
Gaibrois, Encargado de Negocios en Madrid, como jefe interino de la Comisión. La
conformaban también Ernesto Restrepo Tirado; José Moreno y Fernández de Lara,
Licenciado en Derecho Administrativo y Profesor Mercantil; Carlos Umaña y Bendix
Koppel, propietarios de colecciones que acompañaban el Tesoro Quimbaya y Manuel
Santamaría Hurtado.
Cuando el Tesoro Quimbaya
llegó a España, también ocurrían los ingresos de colecciones enviadas por otros
países participantes.
La lista es larga y
variada, además pletórica de datos curiosos. Por ejemplo, desde el Perú un
propietario particular envió objetos incas que había extraído de las ruinas del
Templo del Sol, entre ellos algunas túnicas. México mandaría fotografías de
ruinas arqueológicas y maniquíes con trajes de personajes de la región de
Mesoamérica. Costa Rica ocuparía dos salas con una colección grande de cerámica
arqueológica. La república Oriental de Uruguay estaría con una muestra
etnográfica. Guatemala, con manuscritos de la Colonia. La República Dominicana expondría la primera
cruz de tabla erigida en el territorio al momento del contacto. Ecuador, entre
muchas piezas, contaría con una momia reducida de tamaño. Nicaragua, con
cerámica y fósiles. Estados unidos llenaría cinco salones con piezas
prehispánicas, con elementos etnográficos de sus pueblos indígenas que ocupaban
el territorio en el siglo XIX y muchas fotografías, así como una gran colección
de objetos “notables” de una coleccionista particular.
En la Revista “El
Centenario” órgano de difusión de las noticias de dicha Exposición, se
divulgaba así la colección más esperada, la de Colombia:
“Presenta numerosos barros y multitud de objetos extraños,
desenterrados de sepulturas indígenas. La cerámica se distingue por el matiz
dorado, con dibujos blancos, negros y rojos, y por la elegante delicadeza. Pero
nada llama tanto la atención como los ídolos, joyas, ornamentos y vasijas de
oro, cuyo valor, tasado por lo alto, excede seguramente de 100.000 duros. Y
adviértase que la materia corre pareja con la mano de obra. Positivamente entre las primitivas tribus
americanas, las de la actual Colombia eran las que tenían mejor desarrollado el
sentimiento artístico”.
La exposición
Histórico-Americana se abrió al público el 12 de septiembre, pero la
inauguración oficial se hizo el 11 de noviembre de 1892. La presidieron “Sus Majestades, la Reina
Regente de España, los Reyes de Portugal y su Alteza Real la Serenísima Infanta
Doña Isabel”.
España también se vinculó
con una gran colección de armas, libros, mapas, cálices, bordados e infinidad
de objetos más, entre los cuales se destacaron “los famosos tapices del
Escorial y el coro íntegro de la Catedral de Burgos, las cartas autógrafas de
Colón, de Cortés y demás conquistadores y los documentos más interesantes de
Simancas y Sevilla, el mapa original de Juan de la Cosa y las primeras
ediciones de las obras sobre la Conquista” (Muñoz Burbano, Carmen Cecilia,
2003).
La Exposición se llevó a
cabo en la parte baja del recién construido Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales
y cuyos trabajos habían comenzado 27 años antes. Mientras allí se exhibía todo
lo de los países americanos, en la planta superior se celebraba de forma
simultánea otra exposición, la Histórica Europea, en la que participaban
Suecia, Alemania, el Museo de Madrid, Portugal, Austria y Dinamarca con objetos
varios, manuscritos y elementos de culto.
La instalación de la Sala
del Tesoro Quimbaya presentaba las paredes adornadas con banderas y escudos de
Colombia y, por supuesto, los armarios donde estaban las colecciones de oro y
cerámica.
Todo esto, antes y
después de la Exposición, supuso gran lista de ingentes gastos en los que debió
incurrir el país, sumas que excedían las capacidades presupuestales de la nación
que luego obsequiaría el Tesoro Quimbaya a los españoles.
La empresa de la
exposición representó a España un gran margen de productividad, por la cantidad
de visitantes. Así lo expresa la noticia
del periódico El Comercio de Barranquilla, en su edición 202 de febrero 24 de
1893:
“Son infinitas las gentes que la visitan, y los días de
fiesta que son los menos productivos, por costar la entrada sólo dos reales se
sacan lo menos mil duros. Ahora empiezan a venir extranjeros y observa todo el
mundo el asombro que les produce la inmensa riqueza que en ella se exhibe,
sobre todo en obras de arte religioso. En cuanto a tapices son tantos y tan
buenos los allí acumulados, que bien puede decirse que no hay nación que posea
tantos y tan ricos. Muchos de esos extranjeros son escritores y artistas, y podemos
esperar que de sus observaciones y escritos resulte mucha gloria para nuestro
país.”
Miembros de Número de la Academia de Historia del Quindío.
0 Comentarios