Salento, en una remembranza patrimonial de los años 80

En el año 2016, a pedido de la escritora Noemí Pinto Arias, escribí un artículo para su revista “Cartelera en Hoja Lata”, que fue publicado con el título de “Filandia en el disfrute de los sentidos”. Fue ello un ejercicio sensible de escritura sobre los aspectos más sobresalientes de mi tierra natal, que me hizo recordar la infancia, la niñez y, por supuesto, la contemporaneidad del turismo, porque en el reservorio de la memoria, allí están las manifestaciones del patrimonio cultural material e inmaterial que más relevancia tienen todavía para muchos de nosotros.

Me limité entonces a relacionar lo que ha sido el pueblo querido desde la fuente de las vivencias y cómo un inventario de sus potencialidades puede permitir emprender un tipo de turismo sustentable y responsable.

Varios eventos desarrollados en Salento durante la segunda semana del mes de septiembre de 2021 -en el marco de celebración de sus 179 años de historia- me han motivado a ejercitar el mismo procedimiento escritural con el ‘Municipio Padre’ del Quindío, como se ha llamado comúnmente a Salento. Dichos motivantes son, entre otros, los que menciono a continuación.

La inauguración del Museo Histórico y Fotográfico de la familia Franco Briñez, desde la organización de una vasta colección de testimonios gráficos de singular valía. La presentación de una nueva obra escrita sobre Salento a cargo del gestor cultural Juan Carlos Berrío. La realización de un novedoso programa de promoción de lectura llamado “El Coroteo Literario”.  La nueva dinámica del festejo cultural que remplaza la del ambiente carnavalero que se hacía cada año en el aniversario de fundación en este y otros municipios del departamento. Los conversatorios sobre diversos temas y dentro de los cuales estuvieron los del patrimonio, la palma de cera y el recuento del recuerdo de los últimos 40 años de Salento.

Sin olvidar que, días antes, en la Biblioteca Pública Municipal se había promovido el lanzamiento de un Centro Literario que llevará el nombre de Mario Sirony, el poeta más recordado del ‘Municipio Abuelo’, como también lo llamara alguien en una publicación de 1980 y que se divulgó con motivo del sesquicentenario del paso de Bolívar.

La remembranza de los últimos 40 años de Salento es algo que no solo se manifestó en el conversatorio sostenido con la arquitecta María Eugenia Beltrán y el administrador de hotelería y turismo Sebastián Rodríguez, sino que es también el sentido de observación que despierta la limpia exhibición fotográfica de la vida municipal, desde la década de los años 80 del siglo XX, y que el señor Franco muestra con orgullo en un pequeño recinto ubicado frente a la estación de bomberos.

Trataré de retratar a Salento, entonces, en la cámara del recuerdo, desde el recuento de los aspectos económicos y agrícolas de la época anterior al panorama turístico, que ya empezaba a proyectarse desde finales de la década de los años 70. Para entonces la trucha entra a hacer parte de un escenario planteado para su siembra en los contornos de la parte alta del río Quindío. En efecto, en la citada publicación de 1980, titulada “Salento padre del Quindío”, promovida en su edición por el Comité de Investigación y Estudio del Grupo Cívico de Salento, aparece lo siguiente en su página 24, en referencia al carácter deportivo:

“En el sector de Río Arriba territorio de Salento se han efectuado varios campeonatos departamentales e interdepartamentales de la pesca de trucha, dando muy buenos resultados por la calidad de ejemplares que se capturan”.

“El silencio se vendía como atractivo de Salento”. Fue esta la frase que se mencionó en el conversatorio del pasado 15 de septiembre, para dar comienzo a la mención de aquellos referentes históricos que conservamos del poblado en los años 80. Es indudable que ese fue el paisaje imperante, matizado por un manto de neblina que se extendía por la plaza principal y su área urbana. Y también por la desolación de sus calles, donde solo se apreciaban el trasegar de algunos arrieros con sus muladas, en regreso a la montaña. O uno que otro ejemplar vacuno que daba la vuelta a la esquina. Era, en comparación singular, un pueblo fantasmal entre semana. Cambiaba su cariz el sábado y domingo, cuando el mercado invadía el ambiente ciudadano y venían los habitantes de las veredas.

El poeta Mario Sirony siempre lo denominó como la “dulce aldea nativa” y al final de su poema “Acuarela de Salento” no duda en reconocer que la aldea crecía “y en el aire del tiempo es un alba de paz que se renueva con palomas de cielo”. Se refería a la paz de los hogares, la que había sido vulnerada 3 décadas antes, cuando se recuerdan los pasajes de la violencia política que azotó su pequeña estructura urbana de entonces y a sus veredas.

Inolvidables son -en los 70 y a principios de los 80- los aspectos relacionados con los cultivos, como el café, su renglón más destacado. Pero también el gran volumen de producción de papa y de frutas, “en particular de manzanas, duraznos, ciruela Claudia y pera”. Dentro de los informes económicos de los organismos correspondientes se mencionaba el cultivo de la mora de castilla, para lo cual se proyectaba “el montaje de una planta procesadora de este producto en vista de la gran producción actual”.

Cuando se trataba de la degustación de las delicias culinarias, la breva, servida con dulce y queso, era otro producto que no podía faltar en el consumo casero y también en los escasos comederos de la calle real, los que también buscábamos en tempranas horas de la mañana, después de viajar en uno de los muy contados buses que salían desde Armenia o Pereira y se aventuraban en el trayecto Arrayanal-Salento, con mucha dificultad, por la tortuosa vía aún sin pavimentar. En aquellos locales nos esperaban otras viandas, preparadas con amor y pericia culinaria, como eran los sabrosos calentados y las migas.

En el parque principal, entre el prado, se colocaron varios metates de piedra, como testimonio de los pueblos prehispánicos. Estas piezas líticas, laboriosamente labradas en forma cóncava, adornaban las estancias de otros parques del departamento, desconociendo los transeúntes cuál fue su función en el pasado indígena. Se utilizaban para triturar el maíz, aunque es curioso encontrar cómo su escasa valoración y cuidado llevó a que la mayoría de estas piezas arqueológicas desaparecieran paulatinamente o fueran fracturadas y destruidas. Junto con los metates, los objetos que sí desaparecieron en su totalidad fueron los pilones de piedra o las piedras redondas de los molinos de trigo, que también estuvieron en ese espacio central. Salento fue un gran productor de harina de trigo y estos testimonios líticos lo referencian. El historiador Víctor Zuluaga Gómez, en su libro títulado “El camino del Quindío y las guerras civiles” -Gráficas Buda, Pereira, 2010-, sobre ello escribe en la página 124, ubicándose cronológicamente en el siglo XIX:

“Los diferentes viajeros que pasaron por Boquía hablaban de un pequeño caserío en donde se encontraba instalado un molino de trigo a orillas de la quebrada que lleva el mismo nombre de la antigua aldea. Dicho molino era hidráulico y en la actualidad sus piezas se encuentran dispersas entre algunos vecinos de la población”.

Una evidencia arqueológica que siempre ha estado en el parque principal de Salento, pero invisibilizada en aquellas décadas de los años 70 y 80 -y también ahora- es una gran piedra que tiene letras grabadas en el año 1919. Se trata de una laja perteneciente a una estructura lítica, también llamada tumba de cancel. Ello nos informa de otro aspecto cultural de Salento, poco valorado también. Es la profusión de cientos de estructuras líticas en su área montañosa, las que generalmente han sido guaqueadas, como se evidenció en el cerro Morrogacho y otras veredas de alta montaña. Esta mención nos recuerda que también se ha ignorado -ya en época más reciente- un hallazgo arqueológico que le aporta información histórica importante a Salento. Se trata de una fecha de carbono 14, que reportó 9.730 años de antigüedad, obtenida en un sitio de su jurisdicción, a principios del siglo XX, donde se construía la autopista del Café -fuente: Museo del Oro Quimbaya-.

La observación cuidadosa de las fotos del museo propulsado por la familia Franco nos muestra otro aspecto importante de los años 80. Es el color original de las casas de bahareque, que correspondía a tonos de un solo color, generalmente verde. Tonalidad cromática que, 40 años después, se ha perdido para ser remplazada por varios colores en sus fachadas.

Más lesivo aún para la conservación integral de patrimonio arquitectónico tradicional es la refacción inadecuada de balcones que, en Salento y demás pueblos del Eje Cafetero, le está dando una configuración diferente al conjunto urbanístico. Con razón el turista -y hasta el mismo habitante local- ha apropiado una identificación errada de las casas al considerarlas como estilo colonial, sin pertenecer ellas históricamente a esa época. Y al colorido actual de sus casas, como si se tratase de un contexto tropical. En fin, es la lectura equivocada del patrimonio.

Cada estancia arquitectónica de la plaza principal de Salento tiene su historia propia que, por fortuna, hoy se está rescatando desde la recuperación de la información aportada por sus moradores más antiguos. Esa fue la esencia de una ponencia presentada en el marco del XIX Congreso Colombiano de Historia de Armenia, realizado en octubre de 2019, cuando un grupo de investigación presentó los datos más relevantes de las historias de casas del marco de la plaza, cronológicamente desde el siglo XIX. Una de esas viviendas, por ejemplo, fue la locación para la película “Arrieros semos”, grabada a finales de la década de los años 70.

La recuperación de la información patrimonial, junto con el sentido festivo con óptica cultural para el aniversario de fundación, y el interés que despertará en los salentinos el reconocimiento de su historia fotográfica de hace 40 años, servirán sin duda para emprender un cambio de rumbo necesario, hacia un turismo diferente. Una senda afincada en la importancia del Patrimonio Cultural Material e Inmaterial.


Roberto Restrepo Ramírez - Académico de Número / Academia de Historia del Quindío.

 Septiembre de 2021

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