Aporte histórico de Frank M. Chapman, en la historia de la ornitología colombiana

Frank M. Chapman en las montañas del Quindío, Cordillera Central de los Andes de Colombia en 1911 (foto cortesía de Joel Cracraft, Museo Americano de Historia Natural).

 

Nació en 1864 en Englewood, New Jersey, en la ciudad de Nueva York. A la edad de ocho años se apasionó por el estudio de la avifauna, cuando en unas vacaciones familiares contempló un hermoso Cardenal americano (Cardinalis cardinalis), en el estado sureño de Georgia, ave que lo cautivó tanto, al punto de que nunca dejó de observar y estudiar las aves.

Por corto tiempo de su vida ejerció el oficio de banquero, pero pudo más su pasión por las aves, que hizo que se dedicara casi todo el tiempo de su vida a la observación y estudio de las aves.  Su actividad como banquero le permitió la oportunidad de viajar y visitar museos y conocer muchos de los ornitólogos más importantes de su país, quienes quedaron impresionados por la calidad y detalle de sus observaciones.

El propósito de esta abreviada reseña de Frank, proviene de la importancia que significó para la historia de la ornitología en Colombia en los inicios del silo XX, por los años de 1911 a 1915, tiempo durante el cual emprendió la observación y estudios de las aves, lo que incitó un movimiento conservacionista, causado por sus expediciones enfocadas a determinar la distribución de las aves en términos ecológicos y topográficos en el territorio colombiano.

 

LAS EXPEDICIONES DE CHAPMAN A COLOMBIA (1911-1915)


Su objetivo, el estudio de la ornitología y de la diversidad de aves que para la época existían en Colombia y Sudamérica, siendo su principal propósito la búsqueda y descubrimiento de dichas especies, sus variedad, hábitos y distribución geográfica.

Eligió a Colombia como el primer foco de operaciones, por su cercanía con los EE. UU., que para ese tiempo ejercía su intervención del territorio de Panamá y construcción del canal interoceánico, territorio que, además, poseía las condiciones fisiográficas y climáticas más diversas, representadas con la mayor biodiversidad de América del Sur.

Biodiversidad, representada en sus recursos naturales, por más de 300 años de colonialismo ejercido por España sobre el conocimiento de los recursos naturales de sus colonias.

Un siglo después, una vez lograda la independencia de la corona española. Inmediatamente después de la campaña libertadora, el territorio se aperturó una pléyade de coleccionistas de avifauna que traficaban especies con destino a los museos europeos, además del inimaginable comercio de pieles de aves para surtir las modas de vestuario (principalmente) femenino de los países europeos.

Con estas incursiones, empezó la catástrofe biodiversa del continente, en especial en Colombia, de donde partieron en barcos con rumbo al viejo continente, colosales cargamentos de especímenes de fauna, flora y otros recursos naturales con destino a colmar los museos y satisfacer la demanda de los mercados del viejo continente.

 

RECONOCIMIENTO Y OBSERVACIONES POR EL CAMINO DEL QUINDIO.
Marcha por el Quindío.

 

Frank m. Chapman, empezó su paso por las montañas del Quindió. Primero, salió de Cali a Cartago, embarcado en un vapor que abordó en Juanchito, puerto de Cali, navegando por el rio Cauca, una distancia de 172 millas. Arribo a Cartago, en donde fue asistido por del Señor Jesús Vélez, quien le consiguió algunas mulas y otros bagajes necesarios para su travesía, y sin demora, comenzó su tránsito a pie a través del camino del Quindío el mismo día de su llegada a Cartago.

La ruta que cruza los Andes Centrales, denominado el paso del Quindío, que por siglos ha sido transitado, empezó su recorrido, y en los primeros siete u ocho kilómetros, luego de salir de Cartago, pasó por una serie de lomas bajas, solitarias, cubiertas de vegetación de sabana, localizadas entre Cartago y Piedra Moler, a orillas del río de La Vieja.

Después vadear el río, continuó el camino, recorriendo diez o doce millas, por la depresión conocida como “El Hoyo de Quindío” (Hoya del Quindío). Ruta bordeada por una selva tupida y algunos abiertos hechos por los colonos a orillas del camino, causándole admiración los grandes parches de guadua.

A unas diez millas, de Piedra de Moler, ascendió lentamente, buscando la cumbre de la cordillera, una vez superado su tránsito por la “Hoya del Quindío”, lo que le permitió ver a plenitud las crestas de los Andes, de la ladera occidental, unos kilómetros más adelante en el pintoresco pueblo de Filandia y más en lontananza, la impresionante vista de los nevados de Santa Isabel y del Tolima.

A Filandia arribó a las cuatro de la tarde, después de ocho horas de viaje en mula desde “Piedra Moler”, en una distancia aproximada de veinticinco millas, en subida, gradual.  En este lugar, que le presentaba un paisaje de colinas, redondeadas, cubiertas de pastos verdes. disfrutó del magnífico paisaje que le proporcionaba el sito, con el fondo de los nevados de Santa Isabel y Tolima.

Pasó la noche en Filandia, a la mañana siguiente cruzó por una prehistórica selva por donde pasaba el sendero, arribando a una cima (Alto del Roble), desde donde se apreció los rumbos del río Quindío y la quebrada Boquilla (Boquía); en este lugar avistó por primera vez un Hypopyrrhus pirohipogaster.

Después de vadear la quebrada Boquía y el río Quindió, en treinta minutos de ascenso por un sendero a campo abierto llegó a Salento, último pueblo que cruzó hasta su llegada a Ibagué en la ladera oriental de la cordillera. Consideró que en Salento comenzaba el verdadero ascenso de los Andes, más exactamente, en las orillas del río Quindío.

A una a hora de su partida de Salento, observaba el valle del Quindío, alfombrado de exuberante naturaleza verde y altas palmeras que bordean el camino; adelante, un sinfín de montañas que conducían al páramo, desde donde se apreciaban los relucientes nevados de Santa Isabel y Tolima.


Santa Isabel observación desde Laguneta.

A una altitud de 3000 metros, el sendero presentaba poca vegetación, pues sus terrenos habían sido despejados para fines agrícolas. En consecuencia, los bosques apenas bordeaban o estaban cerca del camino, compuestos de grandes árboles de ramas abiertas entre los que destacaban los finos robles.

A medida que ascendía la vegetación se presenta chapara y más ramificada, con hojas pequeñas, rígidas y muy juntas, cubiertas de musgo blanco. Este bosque cubría la montaña hasta la boca del paso (Boquerón del Páramo).

 

Laguneta. Una parada en el Camino del Quindío cerca del campamento de la Expedición No. 3. Una caravana de bueyes descansa.

En Laguneta sitio ubicado a (3200 m.s.n.m), sobre el camino, debido a la abundancia de aves, lo incitó a seleccionar este sitio para la observación y recolección de avifauna, en donde, tres meses después, hicieron una valiosa colección que destaca especialmente por la cantidad de Grallarias.



Río Tochecito. Compárese está imágenes con la anterior para ilustrar las diferencias entre la vegetación, a lo largo del sendero, de las crestas y los valles intermedios.
 

A 2.800 m.s.n.m., cerca al torrente del río Tochecito, en la vertiente oriental avistó un espécimen de Myioborus chrysops, al día siguiente se descubrió que era abundante en el Tochecito.

En el sitio denominado “Laguneta”, distante sólo tres horas a lomo de mula de Salento, noto que la avifauna había cambiado por completo.  Luego cruzó la divisoria (3.345 m.s.n.m), siguiendo en descenso hacia el punto “Volcancitos”, sobre la ladera Oriental. Atravesó un terreno donde el bosque había sido talado recientemente para usos agrícolas y ganaderos.

 

CORAZÓN DE LOS ANDES CENTRALES. Vista del Río Toche desde arriba de El Pie de San Juan.

A unos 3.000 m.s.n.m, después de la cumbre, en el sitio denominado “La Ceja”, aparecen de nuevo las palmas de cera, descritas en el viaje de Humboldt y Bonpland en 1801. Estas majestuosas palmas, formaban grupos de magna exuberancia, constituyéndose en la especie arborea más abundante, desde este punto y hasta el río Toche. Palmas que alcanzaban una altura de al menos de 58 metros de altura y que representaron especial interés para el ornitólogo, por ser el hogar del Loro Orejiamarillo (Ogonorhynchus icterotis).  Casi todas las palmeras estaban ocupadas por un par de estos pájaros cuyos nidos se ubicaban en sus tallos, justo debajo del penacho de hojas.

De este sitio, el sendero descienda en pronunciados zigzags hasta el río Tochecito (alt.2900 m.s.n.m.), un río de montaña de unos tres metros de ancho, bordeado por barrancos provisto de tupido bosque y arboledas cubiertas de hermosas parasitas y orquídeas. Más allá, de sus orillas, sobre las laderas de las montañas estaban cubiertas de palmas de cera que sobresalían sobre el tupido bosque; paisaje básicamente similar al Valle de Toche, a 2160 m.s.n.m. Desde algún punto del camino, al menos 60 metros por encima de su humanidad, logró una vista impresionante de la montaña. A la derecha veía el curso de bello y espumoso río Toche, aquí, de unos veinticinco metros de ancho, y hogar de patos de torrente (Merganetta columbiana) y Ousels (Cinclus leuconotus). A la izquierda, a cierta distancia, el valle está cubierto por un denso bosque, del cual lamentó, no haberlo explorado, a causa de una amplia variedad de especies existentes en ese punto, Describe a Toche como un pequeño asentamiento, y desde este punto en adelante hasta Ibagué, el territorio que bordea el camino estaba, o había estado gran medida cultivado por colonos El bosque primario se encontraba a intervalos, especialmente cerca de un tambo denominado “El Edén”, pero de cuando en vez, se presentaban zonas de cultivo cerca del camino.  Las densas nubes que a menudo oscurecían todo, excepto el paisaje inmediato, hizo difícil tener una idea muy clara de las condiciones primitivas en esta parte del sendero, aunque las montañas distantes en generales parecían estar selváticas.

El estudio se originó en la recopilación de aves y mamíferos e información sobre ellos; lugares de su hábitat y su objetivo final, fue el descubrir el origen las zonas faunísticas de América del Sur existentes en la época.

Estudio que se constituyó en el primero compendio de la distribución de las aves del país, que sirvió como punto de partida para los futuros estudios sobre el tema, fundamentados en el sistema clasificación natural de Linneo en Colombia.

Fue en 1838 o 1839 cuando un coleccionista francés, residente en Bogotá, comenzó a enviar pieles de pájaros a París. Artículos proporcionados por los nativos, que aprendieron cómo preparar pieles, práctica que cada vez aumentaba en número, y se enviaban a París.

La antedicha reseña del tránsito por el camino del Quindío del estadunidense Frank M. Chapman, originado en la temática de la observación y conservación de las aves y la ornitología colombiana, constituye en indicador para estudiar e interpretar la histórica mutación ecosistémica primaria y su consecuente trasformación, resultante de su intenso tráfico por las diferentes oleadas migratorias que trasegaron y colonizaron el territorio aledaño; circunstancias que causaron una amplia trasformación e impacto por el uso y aprovechamiento constante de su biodiversidad, y que se constituye en indicador en la fundamentación de la Quindianidad. Cuestión que evoluciono y trasformó el medio natural primigenio, determinando aspectos tales de pérdida e introducción de flora y fauna y la consecuente modificación del paisaje natural en paisaje cultural.

Por las consideraciones descritas conviene dar una mirada histórica a la mutación biodiversa aledaña al Camino, desde la época Prehispánica, hasta los inicios de la República. De este modo, prescribir la transformación indiscutible del territorio formado en el tránsito de la ruta.

 

 Álvaro Hernando Camargo Bonilla.

Académicio de Número / Academia de Historia del Quindío

 

Fuente: FRANK M. CHAPMAN. LA DISTRIBUCIÓN DE LA AVIFAUNA EN COLOMBIA; UN APORTE A UN ESTUDIO BIOLÓGICO DE AMÉRICA DEL SUR. VOLUMEN XXXVI, 1917 Editor, J. A. ALLEN. NUEVA YORK. PUBLICADO POR ORDEN DE LOS FIDEICOMISARIOS. 1917

 

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