Me encontré en la vida con … Miguel Gómez González.

Médico Miguel Gómez Gonzáles y su esposa Cecilia Mejía Echeverri

 

Eminente médico, ciudadano sin tacha, nacido en Manizales el 24 de diciembre de 1914 y fallecido en Armenia el 16 de noviembre de 1997, sus padres Pedro Pablo Gómez Gómez, nacido en Manizales en 1875, se desempeñó como zapatero y síndico del batallón en su ciudad natal y Emma González Correa, de Manizales igualmente, en dicha unión y en sus segundas nupcias nacieron 23 hijos.

Cursó sus estudios básicos y académicos en el afamado Instituto Universitario que culminó en 1935. Ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, donde se gradúo con honores el 20 de noviembre de 1942, su diploma aparece firmado por el Doctor Darío Echandía como ministro de educación; su compañero de estudios y amigo de toda la vida fue el ilustre montenegrino Roberto Quintero Villa. Como un aspecto que quiero destacar de su época de excelente estudiante fue que hizo los libros de medicina en su máquina de escribir, porque no tenía como comprarlos. Esther González de Jaramillo Sanín, hermana de la señora madre Emma González, le ayudó con algunos recursos para que estudiara en Medellín; su hijo Alberto recuerda   los viajes a caballo desde Manizales en largas jornadas y también que su amigo Roberto Quintero contaba que Miguel llevaba una libretica con la contabilidad rigurosa de sus gastos, inclusive las golosinas que consumía. Esther estuvo casada con Pedro Jaramillo Sanín, sobrino del gran colombiano y antioqueño universal maestro Baldomero Sanín Cano.

 

Médico rural.

Le correspondió hacer el año rural en la población de Belalcázar – Caldas- en 1942, donde conoció a la distinguida dama Cecilia Mejía Echeverri, oriunda de Santa Rosa de Cabal y después de tres meses de noviazgo contrajeron matrimonio el 15 de abril de 1944, en dicho hogar ocho hijos: Amparo, María Lucía y Alberto, nacidos en Belalcázar y Gloria, Marta Cecilia, Luz Elena, Carlos Arturo y Olga Inés, en Armenia. A la muerte de la señora Cecilia, contrajo nupcias con la dama Maruja Maya, ya fallecida.

La profesión la comenzó a ejercer en un período de virulencia política en una población de mayoría conservadora, y por su condición liberal, después de ataques con disparos a su propia residencia y numerosos asedios en contra, resolvió cerrar su farmacia y su consultorio, viajar al Quindío donde lo esperaba con los brazos abiertos su compañero de aulas Roberto Quintero Villa.

 

Un profesional a carta cabal.

Se aplicó al ejercicio de ginecología y obstetricia, con un excelente servicio médico a los niños de la región, dicho registro lo realizó en una libreta especial que conservó en todo su ejercicio profesional, un total de 8.500 infantes que vinieron al mundo gracias a sus manos cuidadosas; inició sus tareas en el Hospital San Juan de Dios, a la sazón situado donde hoy funciona el Palacio de Justicia de Armenia.

 

Centro Médico del Quindío.

Hizo parte de la planta de socios fundadores del reconocido Centro médico que funcionó un largo período en el lugar que hoy ocupa el supermercado Ventanilla Verde y que después se convirtió en la Clínica Central del Quindío, cerca del parque de Fundadores; entre los socios se mencionan, entre otros, lo doctores Emilio Acosta, Numa Pompilio Carvajal, Ernesto González Bohórquez, Adonirán Correal Barrios.

Consagrado con abnegación a sus pacientes y al servicio social, era frecuente que no cobrara sus consultas, incluida la donación de medicamentos; por años atendió en el antiguo Instituto de Seguros Sociales y desde luego en el Hospital San Juan de Dios como ya señalé, razón por la cual las autoridades del Hospital San Juan de Dios en el cincuentenario de su ejercicio profesional, lo condecoró y en su homenaje, en lo sucesivo, el servicio de urgencias lleva el nombre del eminente médico.

Atendió además en su consultorio particular en la carrera 15 entre 19 y 20, que compartió con su sobrino –nieto Luis Fernando Patiño Gómez, reconocido escritor e intelectual, psicólogo clínico.

 

Deportista ejemplar.

Gran jugador de tenis, lo practicó hasta el final de sus días, murió un sábado de noviembre y el jueves de esa misma semana, acompañó a su hijo Carlos Arturo- eminente médico- a una cirugía, y el miércoles de esa misma semana, había jugado en el Club Campestre, como era habitual; es de anotar precisamente que una cancha de la hermosa instalación del Club, lleva su nombre como homenaje a su maravillosa afición deportiva.

 

Club de tenis El Bosque.

Fue uno de los fundadores de esta instalación deportiva y consiguió recursos y ayuda de las autoridades, del batallón Cisneros y de las gentes pudientes para que se pudiera popularizar el deporte del tenis, por fortuna, estas canchas aún prestan valioso servicio a los deportistas de la ciudad.

 

Palabras de uno de sus hijos.

Su hijo Alberto, actual presidente y artífice del Jardín Botánico del Quindío, autoridad mundial ambiental, ex alcalde de la ciudad y líder nacional, se encontraba en Bonn en el momento de la partida de su señor padre, algunas de sus reflexiones, quiero compartirlas con mis lectores: “(…) Por unas escaleras de concreto, sin barrer aún las hojas muertas, asciendo otra vez a la ciudad. Estoy solo y a pesar de ser la primera hora de la tarde, nada se mueve. Recojo semillas caídas y muestras de hojas. Un silencio sobrecogedor me aturde. De repente un sonido estridente, como un grito, me asusta: es un cuervo que acaba de posarse en una rama, justo sobre mí. Repite su graznido macabro, como si se tratara de una extraña premonición, y desplegando sus grandes alas negras se aleja (…) en ese instante, a diez mil kilómetros de distancia, moría mi padre fulminantemente. ¿Qué extraña comunicación existe entre los seres que en los momentos finales de su existencia les permite irradiar a quienes han amado una sensación inequívoca, un mensaje confuso que horas después se vuelve terriblemente revelador? ¿Por qué no sabemos ni sabremos nunca el misterio de la muerte?  Discurrimos entre afanes cotidianos intrascendentes y no nos detenemos en la reflexión de la muerte sino cuando ella nos asalta. La vida es frágil y efímera, pero la muerte es nuestra compañera de viaje (…)[1] ”.

 

Condecoraciones.

Aparte del reconocimiento del Club Campestre y el Hospital San Juan de Dios, fue condecorado por el Club Rotario, al cual perteneció, la Sociedad de Mejoras Públicas, la Gobernación y la Alcaldía de Armenia. El gobierno de Francia le otorgó un reconocimiento especial por su labor humanitaria y científica.

Ciudadano sin tacha, padre ejemplar y profesional meritorio entregado a sus pacientes y al servicio social, el Doctor Miguel en la época más cruel de la violencia, cuándo sonaba el teléfono a cualquier hora de la noche, salía a cumplir su deber y la familia a rezar. Eran otros tiempos de extraordinaria entrega al servicio de los pacientes, ejercida con amor infinito por el ser humano, con la paciencia y la bondad de un padre amantísimo, un galeno fielmente apegado a los dictámenes de la ética médica, que ningún día de su vida, dejó de estudiar y actualizarse.

Con el gran amigo, su hijo Alberto Gómez Mejía y su nieto –sobrino Luis Fernando Patiño Gómez, recorremos la vida y obra de su padre y abuelo, un ejemplo de bondad, carácter e idoneidad al servicio de la región; manizaleño de nacimiento, en el Quindío floreció su labor benéfica y crecieron sus hijos, ciudadanos sin tacha que han levantado sus familias, con el orgullo de una descendencia que es fiel al recuerdo agradecido de sus antepasados. Don Miguel lo abrazo con inmensa alegría. ¡Padre nuestro, que estás en los cielos!, la frase final de la emocionante y bella página de su hijo Alberto, que consigno con respeto y agradecimiento.

 

Gabriel Echeverri González.

Académico de Número   /    Academia de Historia del Quindío.

 


[1] Gómez Mejía, Alberto. Bonn. Noviembre de 1997. La muerte de mi padre Miguel Gómez González. Inédito.

 

 

 



 

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