Corona de los Andes, en Nueva York (Archivo particular) |
Por: Alister Ramírez Márquez. Escritor, publicado en el diario El Tiempo el 10 de junio de 2016
No
es una novedad que muchas voces en el mundo se han unido a campañas para la
repatriación de objetos. Por distintas razones, miles de obras de arte pasaron
a ser parte de museos ajenos a las culturas donde se originaron. Y llama la
atención el argumento que presentan los actuales dueños para no retornarlas: la
preservación, la exposición del objeto y el acceso a un público masivo. Es la postura de Tiffany Jenkins en su ensayoKeeping Their Marbles (‘Guardando sus mármoles’).
Ella defiende desde la otra orilla, con argumentos razonables, los motivos por
los que algunos museos deben quedarse con las piezas.
Desde la
década de los ochenta, representantes de diversas culturas han pedido a
gobiernos, museos e individuos, la devolución de piezas que sacaron ejércitos o
por vías diplomáticas, particularmente desde el siglo XIX. Cabe decir que los británicos
sacaron de Grecia, con la aprobación del imperio otomano, más de 80 esculturas
del Partenón, conocidas como los mármoles Elgin. En la lista negra están Lord
Elgin, quien al ver que la Acrópolis era usada como campo de guarnición,
solicitó el envío de las piezas al Museo Británico (Londres) para su
conservación.
Napoleón llenó los
museos franceses con piezas robadas de los países invadidos. A finales del
siglo XIX, los alemanes sacaron miles de esculturas y se llevaron un templo de
Pérgamo, territorio turco, al Museo de Berlín. Sin embargo, una pregunta que se
formula la historiadora Jenkins es: ¿qué habría sido de todo ese legado
cultural si no fuera por los museos que hoy albergan estos tesoros?
Las recientes
invasiones a Afganistán, y a países del Oriente Medio y africanos, la
Revolución de la primavera árabe y el paso del Estado Islámico no contuvieron
la destrucción, los saqueos y las pérdidas irreparables de esculturas y demás
piezas, por ejemplo, en El Cairo, Bagdad o Palmira. En medio de la batalla entre los historiadores
de arte que quieren conservar las obras, aunque se hayan obtenido de forma
ilegítima, y los pueblos que reclaman el patrimonio cultural, se cuestiona de
nuevo el papel de los museos en el siglo XXI.
Para nadie es un
secreto que el llamado tesoro quimbaya está en el Museo de América en Madrid y
numerosas piezas residen en otras colecciones de Europa y Estados Unidos. Mucha
agua ha corrido bajo el puente desde que se presentó una demanda legal al
Estado colombiano para que gestione ante el Gobierno español su devolución. El
magistrado Alberto Rojas propuso a sus compañeros de la Corte Constitucional
presentar una acción de tutela para revivir una decisión judicial y obligar al
Gobierno a repatriar dichas piezas.
A diferencia de
otros casos internacionales, el tesoro quimbaya, que fue hallado entre Filandia
y Quimbaya (Quindío), fue donado a la Corona española por el presidente Carlos
Holguín como regalo por la intervención de la reina gobernadora María Cristina
de Habsburgo en un conflicto limítrofe entre Colombia y Venezuela. El Gobierno colombiano ha defendido la
legitimidad de la decisión de Holguín. Es claro que el tesoro quimbaya no fue
expoliado por los españoles, lo enviaron los mismos colombianos de manera
legal.
Otro caso similar
es la corona en oro y esmeraldas de la Virgen Inmaculada Concepción (Popayán,
siglos XVII - XVIII), conocida como la Corona de los Andes, que salió hace más
de un siglo por Buenaventura para Nueva York con permisos oficiales. Hoy se
expone en el Museo Metropolitano de Nueva York, donación de Lila Acheson.
El argumento de
fondo es que el tesoro quimbaya es
patrimonio nacional, parte de la identidad del pueblo colombiano. El concepto del museo universal como
espacio para entender el mundo y contar una historia común de la humanidad
perdió relevancia. Al contrario, los museos actuales deben dialogar de manera
abierta y replantearse su misión en medio de las demandas culturales.
El ensayo de
la investigadora Jenkins pone el dedo en la llaga porque si bien es cierto que
los países ricos pueden conservar, cuidar y exponer los tesoros de otras
culturas por sus inmensos recursos financieros y humanos, no es el caso con el
tesoro quimbaya que está en España. En medio de la actual crisis
española dudo que se preocupen mucho por unos precolombinos, que no han logrado
un público masivo por muchos años y quién sabe hasta cuándo. Muy pocos objetos
de esa colección han salido en préstamo a otros museos.
Bajo las hipótesis
de Jenkins cabría preguntarse: ¿estaría el Museo Quimbaya de Armenia preparado
para preservar y exponer de forma adecuada su tesoro a un público masivo? ¿Cuál
sería el costo para los ciudadanos de un departamento que cumple 50 años? Son
decisiones políticas independientes del valor histórico, estético, simbólico o
práctico de estos objetos.
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