Los símbolos del Quindío

Por Jaime Lopera Gutíerrez. Presidente de la Academia de Historia del Quindío. 21 de julio de 2015 
A raíz del reciente Festival del Camino del Quindío, realizado con extraordinario éxito en Filandia por sus gestores de primera línea, se nos ha venido interrogando por la razón de una simbología quindiana que represente a nuestro departamento tal como ocurre con la torre Eiffel en Paris, las murallas de China, el cañón del Chicamocha o el Desfile de Silleteros de Medellín, entre otros.

En realidad esta pregunta es indicativa de la necesidad de tener a nuestro alcance, en forma permanente, un símbolo que encarne la identidad quindiana y nos personifique ante terceros. Hace unos años se hizo en el país la encuesta nacional para elegir el símbolo colombiano y ganó el “sombrero vueltiao” de Córdoba. Con independencia de las discrepancias que entonces se dieron, este símbolo es hoy el que hace presencia nuestra en el exterior, mucho más que el arriero y la mula “Conchita” que le daban la imagen cafetera a Juan Valdés.

El poporo quimbaya

Las opciones que se han venido ofreciendo para que una propuesta de esta naturaleza tenga cabida en la opinión quindiana, han sido varias: unas figuras históricas como el silletero o el poporo quimbaya; la perspectiva ecoturística como la palma de cera o el mariposario; un vehículo tradicional, el yipao; o los territorios de Maravelez y el valle de Cocora. Algunas personas sugieren que no sean objetos sino eventos tales como el Parque del Café, Panaca, el festival de Filandia, la ceremonia del Yipao, el cuyabrito de oro, o el Encuentro Nacional de Escritores, entre otros.

El debate se abre entonces sobre la importancia de un símbolo que tenga la facultad de ser integrador.

Esa es precisamente la utilidad de la simbología y es preciso que una comunidad tenga el valor de ponerse consensualmente de acuerdo sobre aquella que más le conviene. Es obvio decir que los grandes monumentos u obras saltan a la vista y se van imponiendo por la capacidad de atraer admiradores. Pero también existe la posibilidad de que se haga uso de las herramientas de mercadeo para atraer la atención sobre aquel símbolo que posea más interés popular. Dada la diversidad de propuestas, alguna será la opción que tienen los quindianos.

Asumimos que símbolo del Tesoro de los Quimbayas podría servir como una propuesta emblemática, pero esta es por ahora solo una ilusión mientras el gobierno de Santos y su Canciller Holguín no se ocupen de pedir la repatriación desde España de un patrimonio cultural que le corresponde a todos los colombianos.

El mojón más corto

Con el tiempo se ha venido destacando la leyenda del sitio denominado Peñas de Barragán, luego Peñas Blancas, que un geógrafo viajero, F. J. Vergara y Velasco, en su libro “Nueva Geografía de Colombia, realmente había bautizado en 1901 con el nombre de El Ojo de Santa Catalina, “mojón de la línea más corta de Bogotá al mar”.

Vista aéreas de Peñas Blancas en la Cordillera Central
(Calarcá - Quindío)
Vergara y Velasco venía cabalgando desde Cali por la orilla oeste del rio Cauca cuando, al llegar a nuestra comarca subiendo por el río Quindío, se fue topando con la vista de esa roca blanca que domina desde todos los confines de nuestro departamento a 1.800 metros de altitud. Una peña de 280 metros, el Ojo de Santa Catalina, que sirve a los deportistas escaladores al lado de la quebrada Espatillal, es hoy en día una figura que además evoca, mitológicamente, un supuesto tesoro escondido de los pijaos en esos riscos que se alzan sobre el corregimiento de La Virginia.

Al norte de la Patagonia argentina hay otro lugar, en el departamento del General Roca, denominado Colonia de Peñas Blancas que no iguala a nuestro sitio en Calarcá. Nuestra singularidad orográfica, que se observa desde muchos puntos del Quindío y del Valle, y en especial en los días de verano, hace contrapunto con los picos del Nevado del Tolima que, en los mismos días, hacen un contraste maravilloso con “el verde de todos los colores” que describiría el poeta al mirar la cordillera quindiana.

Con el tiempo, si las promesas políticas marchan como es debido, la simbología del Quindío estará representada por el Túnel del II Centenario —como dicen que legalmente está bautizada esta obra a monumental que nos constituye en la única bisagra del oriente con el occidente de Colombia. Una obra de la ingeniera moderna (aunque bien útil) quizás no podrá representar a nuestra cultura cafetera pero así será si no tenemos la imaginación atenta para posicionar nuestras propias herencias culturales.

En fin, no somos el sancocho de figuras que algunos publicistas quieren entregarnos. Poseemos un mosaico de símbolos cuya variedad es una ventaja, aunque fuese mejor uno solo que le ofrezca la necesaria identidad del Quindío. Por ello no sobra el debate en torno a este asunto.

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